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jueves, 28 de octubre de 2010

El tiempo pasa y puedo darme cuenta de cómo las cosas fueron cambiando. Incluso yo. Porque supe aprender de mis errores, darme cuenta de qué era lo que debía arreglar, y trabajar sobre eso hasta lograr mis objetivos. Aprendí a diferenciar a mis amigos de mis acompañantes, y a encontrarle algo positivo incluso a la mas profunda oscuridad. Supe ver lo positivo de llorar, e incluso encontrar la necesidad de eso.
Caí, me levanté y seguí caminando por más de que las heridas de ese tropezón doliesen. Reí, lloré y volví a dibujar felicidad en mi rostro. Grité y callé, cada uno en su debido momento. Me encontré a mi misma, o por lo menos es eso lo que estoy intentando.
Aprendí a hablar con la mirada, y a no tener la necesidad de usar las palabras siempre que quisiera comunicar algo. Me dí cuenta de que siempre me basé demaciado en lo que el resto pensaba, oprimiendo lo que pasaba en mí. Me pude alejar de todo aquello que me hacía mal; abriendo y cerrando puertas, sin la ausencia de algún que otro portonazo. 



Puedo darte melodías, hacer rimas en tu nombre; pero nunca llegaré tan lejos para devolverte tanta paz, tanta melancolía, tanta pausa en mi vida.


La vida es un juego fuerte y alucinante. La vida es lanzarce en paracaidas, es arriesgarse, caer, y volver a levantarse. Es alpinismo: es querer subir a lo alto de uno mismo y sentirse insatisfecho y angustiado cuando no se consigue.
             

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